La abochornada

Mujeres que se encontraron con Jesús
La abochornada
Jesús y la mujer adúltera
Por Silvia Brynjolfson

Juan 8:1-11

Ya no estaba sola, mi pena y mi dolor eran también de ellas

brazo quebrado


Patricia Soto, Santiago de Chile

Supe de Despierta Débora en noviembre del 2018, me cautivó el llamado de este movimiento a la oración de las madres por los hijos. Lo que nunca imaginé es que el Señor me unió a él porque yo necesitaría ser sostenida y consolada por otras madres.

A los pocos meses, mi familia y yo, estando de vacaciones en el sur de Chile, sufrimos un accidente automovilístico muy grave. Por la gracia de Dios todos salimos con vida, pero el reemplazo de los huesos de mi brazo izquierdo por una placa de titanio llevó meses de recuperación. No obstante, pude participar del IV Congreso de Despierta Débora en Buenos Aires, en agosto de 2019. Allí experimenté la bendición de conocer, alabar a Dios y disfrutar de la amistad de mujeres de muchos países hispanos. A mi regreso, mi sueño era motivar a las mujeres de mi largo y estrecho país a formar un ejército de madres clamando por nuestros hijos, en ese momento confundidos y desorientados por prolongadas y violentas agitaciones sociales, pero llegó COVID. La convulsión se tornó en calma en mi país, pero mi alma sería turbada por otras turbulencias.

A principios del 2020, mi suegra; pastora de mi congregación y Débora tenaz, falleció víctima de COVID. La imposibilidad de llevar a cabo el tradicional sepelio y despedida del ser querido a causa de la pandemia cubrió, como densa nube oscura, el corazón de nuestra familia. Los llamados, las oraciones, y el abrigo de Dios fueron nuestra fortaleza. Las tinieblas resistían disiparse y otros seres queridos también se contagiaron. Pero aún faltaba atravesar el valle más oscuro.

En junio del 2021 mi segundo hijo, de tres que el Señor me ha concedido, con 26 años quedó conectado a los tubos de respiración por el COVID. La oscuridad de mi alma se tornó más densa y espesa. Mi corazón estaba en mil pedazos. No entendía ni comprendía lo que estaba viviendo. Corrí al cielo pidiendo socorro a mi Dios y ayuda a Despierta Débora. Se unieron a mi como una sola madre; lloraron y clamaron conmigo. ¡Me sentí tan acompañada, consolada y animada por mis hermanas!  Esos momentos importantes y potentes marcaron mi vida y mi corazón. Ya no estaba sola. Mi pena y mi dolor también era de ellas. Pero Dios escuchó nuestro clamor y lamento y respondió a nuestras oraciones. En pocos días mi hijo fue desconectado y está ahora en proceso de recuperación ¡A Dios sea la gloria por los siglos de los siglos!

Invito a otras damas a ser parte de esta red de madres. Nunca te sentirás sola porque siempre habrá manos para levantarte, hombros donde llorar y palabras para animarte. Cuento este testimonio en medio de la aflicción y pruebas. Podemos apoyarnos con otras mujeres que piensan y sienten como nosotras y nos animan.  Nuestras oraciones y nuestros clamores no son en vano y más que nunca necesitamos unirnos para resistir juntas en intercesión las acechanzas que persiguen a nuestros hijos.

Amor prohibido

Mujer


Camila, Vancouver, Canadá

Acordamos que yo me convertiría en musulmana sólo para complacer a sus padres. Habíamos llegado a ese acuerdo porque nos queríamos. Yo era parte del grupo de alabanza de mi iglesia, pero con sólo dieciséis años comencé a enamorarme de un chico musulmán que vivía cerca de casa. Mi mamá me advirtió que tuviera cuidado en alimentar sentimiento por alguien que creía en otro Dios y que, seguramente, sus padres no me iban a aceptar. Pero, yo estaba convencida que era el amor de mi vida y los mensajes de texto y las llamadas se incrementaron a espaldas de mis padres. Cuando lo descubrieron, ellos me prohibieron verlo y me quitaron el teléfono y la computadora. Me enfurecí y decidimos escaparnos.

Su familia descubrió nuestro plan y no quería que anduviéramos por la calle. Le pidieron que fuéramos a su casa porque ellos aceptarían la relación. Su padre me preguntó si amaba a su hijo. “Con todo mi corazón y quiero estar con él”, respondí. “Pues tendrás que convertirte en musulmana”. Me brotaron lágrimas, por eso, a solas, el chico y yo acordamos que lo haría, pero de manera ficticia, para tranquilizar a los padres.  Él se había enamorado de mí sabiendo que era cristiana y no esperaba cambiarme.

Cuando el padre volvió a preguntarme le dije que me iba a convertir en musulmana. “Pues tendrán que tener una boda musulmana y quedarse a vivir con nosotros”, estipuló el papá. Mi plan secreto era convertir al chico al cristianismo, pero pronto descubrí qué él estaba muy involucrado en su religión.

Cuando mis padres se enteraron quedaron destrozados y no sabían qué hacer. Sus argumentos no pudieron con mis sentimientos. Mi familia y mi iglesia comenzaron a orar, rogando que Dios hiciera el milagro de traerme a casa.

Una noche fui a casa y saqué todas mis cosas. Durante los seis meses que llevaba viviendo con la familia musulmana, el control se había acrecentado. Tenía prohibido contactar a mi familia. Mientras tanto, poco a poco comencé a adoptar ritos musulmanes: aprendí a orar en árabe y a leer su libro. Sin embargo, nunca me sentí tan vacía, oraba a un Dios que no escuchaba mis oraciones, no me amaba y no sentía su presencia. Era como orar a una pared. Continué con las prácticas pensando que yo era el problema. Al mismo tiempo, comencé a dudar del cristianismo y abandoné la fe. Lo único que preservé fueron las canciones de adoración, pero solo escuchaba las que no hicieran mención de Jesús.

Un día, fuimos de paseo en el auto con mi nueva familia. Me puse los auriculares y comencé a escuchar las canciones de adoración. Al oír la letra de “Levanto mis manos”, abrí la ventanilla, cerré los ojos y levantando mis manos, le dije a Dios: “Señor, quiero sentirte, saber que eres el verdadero Dios. Por favor, dame una señal” Al abrir los ojos lo primero que leí fue un cartel en una tienda que decía “Jesús es el Señor”. ¿Coincidencia?

Surgieron las dudas. ¿Y si el dejar la casa de mis padres no había sido la voluntad de Dios? Por siete días comencé a orar: “Dios, si no es tu voluntad que esté aquí, sácame, aunque me lleve años salir.  Lo que ignoraba es que durante ese mismo tiempo, mi familia había decidido orar por mi fuera de la casa donde vivía.

¡Debo salir y escapar de aquí! No me explicaba qué me hizo tomar esa decisión y le envié un mensaje a mi mamá para que viniera a buscarme. Salí y nunca más regresé.

No fue fácil porque los sentimientos por el chico eran fuertes y los recuerdos me invadían. Pero en el proceso el Señor no me dejó y comprobé el poder de la oración y que solo Jesús es el camino, la verdad y la vida.

Esperanzas para las madres enojadizas

Esperanzas para las madres enojadizas
Por Silvia Brynjolfson

 

Proverbios 29:22 El hombre (o la madre) iracundo levanta contiendas; y el furioso muchas veces peca.

Salmo 139:23-24 Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; Pruébame y conoce mis pensamientos;
Y ve si hay en mí camino de perversidad, Y guíame en el camino eterno.